domingo, 5 de diciembre de 2010

Ante el cambio climático y sus consecuencias devastadoras, la Cumbre de Cancún no debe cancanear

Ha iniciado sus trabajos la décimo sexta cumbre de la ONU sobre el cambio climático en Cancún, México, y, hasta ahora, no parece que transcurra con buenos augurios.
Después de que la cumbre de Copenhague se derrumbara y cayera en el abismo, en medio de la crítica generalizada por los métodos impositivos empleados en su etapa final, por la falta de consecuencia y voluntad de los países ricos y en especial de los Estados Unidos, por la conducción servil y desastrosa del país anfitrión frente a la resistencia heroica de algunos países ante la tomadura de pelo que pretendían sancionar como consenso, por la frustración amarga ante los resultados alcanzados y no alcanzados, de Cancún se esperaba una buena oportunidad para hacer con las manos generosas lo que se deshizo en la otra con pies torpes.

Es natural que se espere mucho más de la Cumbre de Cancún, después de un año para acumular meditaciones, para hacer evaluaciones, para calcular los costos en pro y en contra de las soluciones que estuvieron en el tapete de la anterior, para definir las políticas nacionales y mundiales de carácter urgente que el cambio climático aconseja como razonables y racionales.
Por lo tanto, se tenía y se tiene la expectativa de que esta cumbre no sea la repetición triste y dolorosa de la anterior, y que no se dilate una solución sabia y unánime de la problemática de un planeta que tiene factores más urgentes y decisivos para la supervivencia de la especie humana que otros que, aunque importantes, como la lucha contra el terrorismo, la crisis financiera y la competencia de los mercados, la crisis de seguridad nacional y las amenazas potenciales entre países o globales, etc., parecen ocupar las mentes, hasta la enajenación, de los líderes de las grandes potencias hegemónicas.
Dinero sobrante para salvar bancos; para sostener un sistema explotador e insostenible; para armarse de bombas atómicas hasta los dientes, a pesar de en cada uno existan una, decenas o cientos; para instalar escudos antimisiles propios, ajenos, particulares o regionales; para mantener guerras por causas inventadas y anunciar unas aquí o allá por una razón u otra, que al final es una sola; para mantener en vilo a la humanidad ante la amenaza real de que la próxima guerra mundial tendrá inevitablemente un carácter nuclear; para amenazar con la conquista de nuevos espacios extraterrestres para, a la vez, amenazar a una parte del mundo o al mundo entero. En fin, hay dinero abundante, impreso y por imprimir, para mucho de lo peor que el hombre pueda concebir.
Sin embargo, a la hora de la verdad, para salvar a la especie humana y a toda la biodiversidad, a la hora de construir un verdadero escudo de protección que impida los daños, los desastres, la hecatombe y el colapso total de la naturaleza, las cosas toman otro camino y prima la ceguera, la locura, la insensatez, el egoísmo, la tacañería. En fin, para esto no hay dinero abundante ni soluciones salvadoras, y resulta triunfante lo peor que el hombre pueda concebir.
Aunque existen vaticinios poco alentadores sobre los resultados que se lograrán en la cumbre de Cancún, considero conveniente definir con un simple vocablo lo que se espera de la misma: LA CUMBRE DE CANCÚN NO DEBE CANCANEAR.
Y es que este vocablo tiene la virtud de que todas sus acepciones son pertinentes para reflejar lo que se espera que la cumbre no sea. Acepción una: errar, vagar o pasear sin objeto determinado. ¿Es concebible que en Cancún se continúe el rumbo errático, y no se logre un tratado vinculante y efectivo superior al de Kyoto?
Acepción dos (un latinoamericanismo): Tartamudear. ¿Será posible que la declaración final constituya una entelequia incapaz de recoger el sentimiento mundial de los seres humanos y de ofrecer soluciones viables y verdaderas para afrontar el cambio climático en todos los confines del planeta?
Acepción tres: Dicho de un motor: Trepidar con un ruido especial cuando empieza a fallar. ¿Qué es la cumbre de Cancún sino un motor impulsor o un instrumento para salvar el destino incierto de la humanidad ante el cambio climático y sus consecuencias devastadoras? ¿Debe fallar a esta hora?
Acepción cuatro (un cubanismo): Actuar con vacilación. ¿Actuará la cumbre con vacilación inconsecuente, con un culipandeo culpable, ante los retos que la humanidad tiene por delante?
En conclusión, en estas definiciones e interrogantes quedan contenidas las esencias de lo que se espera que no sean los resultados verdaderos de la cumbre de Cancún para el cambio climático. Por eso repito una vez más: La cumbre de Cancún no debe cancanear.

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